Este abril viene cargado de emocionantes estrenos y reposiciones de antiguas éxitos en la gran pantalla, la del universo observable, también llamado cielo por algunos avispados. Pasen y vean.
En primer lugar, hay que mencionar el eclipse total de Luna del 15 de abril, que durará 78 minutos, durante los cuales podremos observar una hermosa bola rojiza; la “Luna Rossa”.
Este fenómeno causaba pavor a nuestros antepasados, porque presagiaba grandes desastres y calamidades, debido al color sanguíneo que toma nuestro satélite. Ellos no conocían el fundamento físico que lo producía; y el que lo sabía se lo callaba o lo ocultaba, para su provecho. Que no se molesten las iglesias por dios, es sin ningún retintín.
La luz visible es una radiación que abarca longitudes de onda que van desde el violeta hasta el rojo; más allá están el ultravioleta y el infrarrojo, que no vemos. Las radiaciones de mayor frecuencia, violeta y azules, se refractan más, y por tanto se desvían más que las de menor frecuencia. En un eclipse la silueta de la Tierra se interpone entre el Sol y el satélite, algunos rayos de luz solar consiguen llegar a la superficie de la Luna de forma indirecta, después de atravesar un buen trecho de la atmósfera terrestre que desvía los azules hacia el globo terrestre y deja pasar las longitudes de onda mayores como la roja y naranja, que de este modo sonrojan a la luna. Es el mismo efecto que se produce cuando anochece, cuando el sol va adquiriendo ese peculiar tono romanticón. A esas horas de la tarde, la luz del Sol atraviesa un trozo mayor de la atmósfera porque sus rayos inciden más oblicuos y esta filtra las longitudes de onda más cortas, dejando al encarnado para el desenlace final. The end, Fin, Fine. Aplausos.
Pero los esotéricos están de fiesta, además de ese presagio lunar terrorífico, el 8 de abril tenemos a Marte, más cerca que nunca; sólo a 92,4 millones de kilómetros. Según los científicos, a esta distancia será posible apreciar a simple vista y mejor que nunca, un buen punto rojo en el cielo del hemisferio norte. Con un telescopio se podrá distinguir incluso el casquete polar de Marte, las tormentas de polvo o el cráter Hella en la superficie del planeta. ¡Más rojo, más madera!
Esto no acaba aquí: el día 6 de julio y rizando el rizo, en una actuación increíble, una autentica primicia, el planeta colorado será eclipsado por la luna blanca ¡Lo nunca visto!
Y aún nos queda otro espectáculo universal, menos vistoso pero no menos sutil: el 22 de abril nos visitarán las Líridas, una de las lluvias de estrellas más importantes del año. En realidad no son estrellas, aunque así las llamemos, si no restos de un cometa cuya estela se cruza en la órbita terrestre una vez al año, en abril. Su nombre es el C/1861 G1, o dicho de otra forma más terrenal, cometa Thatcher; seguimos con el cine de terror, pero esta vez con tintes mitológicos como os explico a continuación.
El nombre de las Líridas se lo deben a la constelación de La Lira, con Vega como estrella principal, de la que parecen irradiar. Vega es una de las estrellas que mejor vemos en nuestras latitudes y la lira además de una agrupación de estrellas era el instrumento de Orfeo, uno de los Argonautas que acompañó a Jasón en su viaje tras el vellocino de oro. Ya dije en una ocasión que esta aventura de Jasón fue tan importante que a muchos de sus protagonistas se les reservó un asterismo par la lucir en la posteridad.
Tocaba Orfeo una lira de 9 cuerdas que congregaba bestias y humanos sumiéndolos en una profunda paz; su música servía incluso para mover rocas y detener el curso de los ríos. Así, dicen, enamoró a la bella Eurídice, que se quedó hechizada con sus notas.
Cuando Eurídice es mordida por una serpiente y muere, Orfeo, desesperado, entonó las canciones más tristes y los lamentos más conmovedores para ninfas y dioses, que apenados le aconsejaron descender al inframundo para recuperarla. Su música ablandó también el corazón de Hades y Perséfone que permitieron a Eurídice retornar con él a la tierra; pero sólo bajo la condición de que su marido debía caminar delante de ella y no debía mirar hacia atrás hasta que ambos hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos de sol bañasen a Eurídice por completo. Pero Orfeo, como Lot en la leyenda judía de Sodoma y Gomorra, volvió la cabeza un instante antes de lo esperado, cuando Euridice tenía un pie todavía entre las sombras del Hades. Sin un lamento, sin un sonido, sin una queja, su amada se desvaneció para siempre, como un pianísimo de lira.
Bueno, al final, en la gran pantalla siempre triunfan los dramas.