Sigo relatando mi pequeña regata en solitario por Grecia, el transporte contrarreloj que tengo que hacer navegando de una parte a otra del pais.
Hace un día de perros. El cielo esta gris y negro y gris; negro otra vez. Y yo acabo de constatar que el traje de aguas que ha quedado a bordo no es el mío. Me ajusto las muñecas, me ajusto los tobillos, pero solo consigo parecer un globo; a duras penas me puedo mover por cubierta. Y me viene a la memoria una frase de mi madre: hace tiempo que no se llevan las mangas de farol; nunca entendí lo que quería decir, pero ahora caigo en la cuenta de lo que deben ser las mangas de farol; y las perneras de farol… y la capucha de farol. No se llevan.
En Corinthos, cuando sopla viento del Oeste, con la corriente en contra, se pone el mar de punta, muy feo, pequeñas olas como tabiques. No puedo fondear en el puerto grande porque se mueve mucho; me voy a buscar sitio al pequeño; pero este es muy pequeño. La última vez que estuve, con la bajamar tocaba la quilla en el fondo.
Al final, entre los pesqueros consigo un sitio. Tiro el ancla; me acerco…una loco viene a dirigir la maniobra. Procuro ignorarlo, como siempre.
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– El Capitán ¿Donde está el Capitán?
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. El capitán ha salido volando ¿Que no lo has visto pasar sobre tu cabeza?
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-Si, Capitán, Capitán paga.
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-Mira Mohamed, que estamos en Grecia. Todo lo más te doy una cerveza.
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-No. Capitán paga 5 euros.
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-Si, como cinco O… que te van a dar. Sal de mi vista.
Y se aleja soltando maldiciones en idioma desconocido.
Creo que hoy me quedo aquí a dormir. No me encuentro capaz de pasear mis mangas de farol por los chubascos del golfo de Corinto.