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4 noviembre, 2014

Do, mi, sol, do. Orfeo

Decía Esquilo de Orfeo que “lo atraía todo con su voz”; ejercía su magia sobre seres vivos e inanimados. Apaciguaba a bestias y humanos, hasta dejarlos sumidos en un embelese despreocupado e indolente que les hacía doblegarse a sus requerimientos. El mismísimo Hades, el más estricto de los dioses, consintió en devolverle a su esposa con solo una condición; la que él fue incapaz de cumplir, como sabemos.

La música penetra directamente en nuestro interior, venciéndonos con facilidad y atravesando la barrera de nuestras fieras del inconsciente y allí nos enerva o nos relaja, sin que nuestra voluntad pueda hacer nada por remediarlo. Cuando oigamos esa canción que nos llega directamente al corazón, acordémonos de que es Orfeo quien la canta.
Para los griegos clásicos, la música era el arte de las musas, de ahí su nombre, incluyendo como tal a la poesía y la danza, pues como en ella, tienen importancia primordial el ritmo, los acentos, la cadencia, las notas, las palabras y los movimientos. Siguiendo esta necesidad de aunarlo todo, mucho después se inventó la Ópera, pero no me adelanto, volveré a ello más tarde.
Cuentan que Orfeo aprendió a tocar su lira; un regalo del mismo Apolo; oyendo trinar a los pájaros y agitarse las ramas, por eso su canto era tan cercano y sosegante, porque provenía de la propia naturaleza; al hablar su mismo idioma era capaz de convencerla dulcemente y apaciguarla. Orfeo movía y arrastraba árboles y rocas con su voz, dispersaba las tormentas y hasta detenía la Luna. Su canto era pausado y relajante sin ningún parecido con los sones típicos de brujos o chamanes que entran en trance a base de percusión. Aun así su vertiente de mago está más que demostrada.
Hay que aclarar que la música de aquellos tiempos, de la cual no se conserva nada o casi nada, era homófona; no se imaginaban melodías diferentes y simultaneas, ni conocían la armonía que nosotros usamos para componer. Si cantaban a coro lo hacían todos al unísono y los instrumentos acompañantes tocaban la misma nota que el cantante.
La música es magia, Orfeo un hechicero, las matemáticas unas encantadoras de serpientes. A Pitágoras se le adjudica el descubrimiento de las leyes de los intervalos musicales y su relación con la aritmética. Una cuerda vibra, y  emite un sonido, con una frecuencia inversamente proporcional a su longitud. Los pitagóricos observaron que todas las notas que se armonizaban con otras y sonaban agradables al oído salían de cuerdas cuyas longitudes se relacionaban entre sí por simples proporciones de números enteros. Además los cuatro primeros números (que ellos llamaban tetrakis), tenían un significado muy especial para ellos. Los intervalos que hoy conocemos como de octava, cuarta y quinta se correspondían con longitudes de cuerda que se relacionaban mediante razones de 2/1, 4/3 y 3/2;  les llamaron diapasón, diatesarón y diapente respectivamente. Ah, ¡Fantástico! la música estaba escrita en los números y ellos solo tuvieron que ir allí a escucharlo. No me voy a extender mucho en explicarlo, porque se haría larguísimo, pero al que le interese puede visitar el siguiente artículo. No os dejéis apabullar por las formulas, son simples medias aritméticas.
Para la escuela de Pitágoras, la música tenía un valor ético y medicinal; hoy en día hay teorías que demuestran que no andaban muy descaminados; al que le guste el tema le recomendaría el interesante libro del neurobiólogo Oliver Sacks, “Musicofília”, que habla sobre eso. Pero los pitagóricos además, creían en el movimiento armónico del universo de la misma forma que las notas; los cuerpos celestes se distribuían de acuerdo a un patrón que seguía también las leyes de la armonía musical. Los planetas entonaban una melodía que no podíamos oír porque era tan potente que nuestro oído imperfecto no tenía sensibilidad para captarla. Era frecuente encontrar a Pitágoras sumido en el silencio intentando escuchar los acordes del universo, la música de las esferas.
Mito potente el de Orfeo, no es extraño que su personaje apareciera en todo tipo de leyendas y aventuras épicas como el viaje de Jasón y su propio descenso a los infiernos. Y tampoco que ascendieran su lira a los cielos en forma de constelación. Ni nos sorprende que él y su leyenda transciendan a épocas y países para volver aparecer constantemente.
El origen de la Ópera, tiene lugar en Florencia donde se reunían un círculo de artistas y profesores  llamado la Camerata Florentina, a mediados del SXVI. Este grupo trataba de dar vida al olvidado arte de la “Tragedia Griega” entendiéndolo como una representación donde la música, la poesía y el baile debían ir de la mano. Pues, casualmente, una de las primeras composiciones que se crean siguiendo esta doctrina fue la “Eurídice” de Rinuccini-Peri. Y la primera obra que tiene un estructura como para denominarse Ópera ¿Se llamaba?…”La Favola d’Orfeo» de Monteverdi.
…La Música
Desde mi Parnaso amado
vengo a vosotros, ilustres héroes,
famosos descendientes de reyes,
de los que la fama relata
imperfectamente sus méritos…

La música penetra directamente en nuestro interior, venciéndonos con facilidad y atravesando la barrera de nuestras fieras del inconsciente y allí nos enerva o nos relaja, sin que nuestra voluntad pueda hacer nada por remediarlo. Cuando oigamos esa canción que nos llega directamente al corazón, acordémonos de que es Orfeo quien la canta.
Para los griegos clásicos, la música era el arte de las musas, de ahí su nombre, incluyendo como tal a la poesía y la danza, pues como en ella, tienen importancia primordial el ritmo, los acentos, la cadencia, las notas, las palabras y los movimientos. Siguiendo esta necesidad de aunarlo todo, mucho después se inventó la Ópera, pero no me adelanto, volveré a ello más tarde.
Cuentan que Orfeo aprendió a tocar su lira; un regalo del mismo Apolo; oyendo trinar a los pájaros y agitarse las ramas, por eso su canto era tan cercano y sosegante, porque provenía de la propia naturaleza; al hablar su mismo idioma era capaz de convencerla dulcemente y apaciguarla. Orfeo movía y arrastraba árboles y rocas con su voz, dispersaba las tormentas y hasta detenía la Luna. Su canto era pausado y relajante sin ningún parecido con los sones típicos de brujos o chamanes que entran en trance a base de percusión. Aun así su vertiente de mago está más que demostrada.
Hay que aclarar que la música de aquellos tiempos, de la cual no se conserva nada o casi nada, era homófona; no se imaginaban melodías diferentes y simultaneas, ni conocían la armonía que nosotros usamos para componer. Si cantaban a coro lo hacían todos al unísono y los instrumentos acompañantes tocaban la misma nota que el cantante.
La música es magia, Orfeo un hechicero, las matemáticas unas encantadoras de serpientes. A Pitágoras se le adjudica el descubrimiento de las leyes de los intervalos musicales y su relación con la aritmética. Una cuerda vibra, y  emite un sonido, con una frecuencia inversamente proporcional a su longitud. Los pitagóricos observaron que todas las notas que se armonizaban con otras y sonaban agradables al oído salían de cuerdas cuyas longitudes se relacionaban entre sí por simples proporciones de números enteros. Además los cuatro primeros números (que ellos llamaban tetrakis), tenían un significado muy especial para ellos. Los intervalos que hoy conocemos como de octava, cuarta y quinta se correspondían con longitudes de cuerda que se relacionaban mediante razones de 2/1, 4/3 y 3/2;  les llamaron diapasón, diatesarón y diapente respectivamente. Ah, ¡Fantástico! la música estaba escrita en los números y ellos solo tuvieron que ir allí a escucharlo. No me voy a extender mucho en explicarlo, porque se haría larguísimo, pero al que le interese puede visitar el siguiente artículo. No os dejéis apabullar por las formulas, son simples medias aritméticas.
Para la escuela de Pitágoras, la música tenía un valor ético y medicinal; hoy en día hay teorías que demuestran que no andaban muy descaminados; al que le guste el tema le recomendaría el interesante libro del neurobiólogo Oliver Sacks, “Musicofília”, que habla sobre eso. Pero los pitagóricos además, creían en el movimiento armónico del universo de la misma forma que las notas; los cuerpos celestes se distribuían de acuerdo a un patrón que seguía también las leyes de la armonía musical. Los planetas entonaban una melodía que no podíamos oír porque era tan potente que nuestro oído imperfecto no tenía sensibilidad para captarla. Era frecuente encontrar a Pitágoras sumido en el silencio intentando escuchar los acordes del universo, la música de las esferas.
Mito potente el de Orfeo, no es extraño que su personaje apareciera en todo tipo de leyendas y aventuras épicas como el viaje de Jasón y su propio descenso a los infiernos. Y tampoco que ascendieran su lira a los cielos en forma de constelación. Ni nos sorprende que él y su leyenda transciendan a épocas y países para volver aparecer constantemente.
El origen de la Ópera, tiene lugar en Florencia donde se reunían un círculo de artistas y profesores  llamado la Camerata Florentina, a mediados del SXVI. Este grupo trataba de dar vida al olvidado arte de la “Tragedia Griega” entendiéndolo como una representación donde la música, la poesía y el baile debían ir de la mano. Pues, casualmente, una de las primeras composiciones que se crean siguiendo esta doctrina fue la “Eurídice” de Rinuccini-Peri. Y la primera obra que tiene un estructura como para denominarse Ópera ¿Se llamaba?…”La Favola d’Orfeo» de Monteverdi.
…La MúsicaDesde mi Parnaso amadovengo a vosotros, ilustres héroes,famosos descendientes de reyes, de los que la fama relataimperfectamente sus méritos…

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