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25 diciembre, 2014

El espíritu de la Navidad

Ya estamos de nuevo en la navidad, o navidades, nunca comprendo muy bien porque puede ser singular o plural. Pero lo que sí está claro es que se trata del momento del año con más extenso catálogo de ritos y mitología asociada. Árboles, belenes, muérdagos, campanitas, estrellas, bolas plateadas, dioses que nacen y soles que se quedan quietos para empezar a iluminar más en los tiempos venideros; regalos que vienen en trineos o en sacos, arrastrados por renos o camellos; dulces hipercalóricos y poco sutiles que nos preparan para el crudo invierno  y comilonas eternas de todo aquello que por el simple hecho de ser esta época del año ingerimos aunque no nos apetezca. Días de cancioncillas ñoñas y repetitivas, siempre las mismas, que a ritmo de cascabel hablan de peces que beben y paisajes blancos de tanto nevar. Si hay un periodo anual en el que todo parezca detenido, como el sol, y fotocopiado del año anterior, es esta; la sensación es que nada cambia y todo permanece.

El espíritu de la navidad es pacífico y bondadoso como un cuento infantil en el que todo acaba bien y en el que todos somos felices por el simple deseo de los demás. Pero aparte de este caritativo y humanitario sentido de la navidad, existe todo un submundo de personajes malignos imaginarios que afloran principalmente en esta época del solsticio de invierno. Toda cultura tiene sus seres malvados, traviesos y con el tiempo hasta entrañables, que aparecen para aguarnos las fiestas. Claro que también hay un sinfín de conjuros para evitarlos. En Noruega se esconden las escobas y se pone muérdago; en Italia, si te descuidas, aparece la bruja Befana; en Hungría el Krampus, un feroz demonio que se lleva a los niños malos. Y curiosamente, en Holanda, el demonio navideño habita en España y viaja desde aquí cada año para castigar a los traviesos holandeses. Los irlandeses tienen nada menos que 13 diablillos, los  Jolasveinar. Las dulces y blancas navidades están plagadas de monstruos ruines, inventos paganos y precristianos, que aborrecen la paz y el amor.

Sobre los Kalikantzaros griegos ya he hablado en otra ocasión; estos son tan malos que hasta roban los asados de la cocina y se mean en los dulces navideños; algo de gusto si tienen.  Son engendros de hombres y animales, con orejas puntiagudas, patas peludas y dedos afilados. Nadie se pone de acuerdo en sus dimensiones, pero dicen que algunos son enormes, otros son pequeños como gatos; lo que sí está claro es que huelen a podrido. Hay muchos tipos de kalikantzaros, pero creo que los peores son los “Parasandalos».

Durante el año sierran el árbol en el que se apoya el mundo y solo descansan en Navidad, cuando el sol se para en su solsticio, es entonces cuando salen de sus guaridas para hacer el gamberro. Si queréis libraros de ellos poner un colador en la puerta; empezarán a contar agujeritos y se quedaran entretenidos.

En todo caso que paséis buenos días y que el espíritu dulce de la navidad nos deje a todos con una sonrisa mientras escuchais la siguiente canción

Los Kalikantzaros

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