Quienes hayan viajado alguna vez a Grecia sabrán de la gran devoción que los helenos profesan por los gatos. Quizá haya tenido algo que ver en ello la influencia inglesa o la larga tradición de pescadores de los habitantes de sus hermosas islas. Sea por la razón que fuere, el caso es que la veneración de los griegos hacia los gatos les lleva a convertirlos en objetos de culto y atención.
Si nos paramos frente a cualquier kiosko o tienda de souvenirs, en Atenas, Delfos, o en alguno de los rincones de sus archipiélagos, veremos una amplia gama de postales, fuelles, agendas o calendarios que tiene a nuestros pequeños amigos como protagonistas.
Los griegos, conocedores del valor del gato como cazador de ratones, intentaron comprar una pareja para hacerlos criar en Grecia; dada la naturaleza sagrada del gato los egipcios se negaron a esta transacción. Pero los griegos, a pesar de este argumento o quizá debido a él, robaron una pareja que llevada a Grecia extendió la raza al resto de Europa.
Para los antiguos griegos, el origen del gato se remontaba a Artemisa, diosa de la caza, que había dado vida al gato para poner en ridículo a su hermano Apolo, que previamente había creado al león para asustarla.