Esta pequeña isla cae un poco a desmano de todos los típicos recorridos turisticos. Hay que salirse de las rutas para llegar hasta ella.
Es más famosa la estatua de la isla que le da nombre: La Victoria de Samotracia. Porque la escultura abandonó la madre patria y voló a cobijarse entre los seguros y blasonados muros del Louvre de París: Es nuestra, debe volver aquí, es el coro unánime que se alza desde esta isla perdida en el Egeo noroccidental.
Con su marcha, la estatua alada, sin cabeza, decapitó también las aspiraciones de su lugar de origen, huérfano inconsolable de la obra maestra que disputa la fama a La Gioconda y La Venus de Milo. Lástima, porque la isla griega, 180 km2 de montañas, llena de ovejas y agua, a dos horas y media en barco de la Grecia septentrional, es una de las más verdes en el paisaje helénico. Y cuenta también con restos arqueológicos.