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2 marzo, 2015

En busca de Kavafis

No era un sitio bonito Kyparissia;  al menos visto desde el puerto, porque la ciudad sube por la montaña hasta acabar en un castro y posiblemente la parte de arriba debía tener mejor aspecto. Pero en la costa se había inclinado por el desarrollo cochinista de apartamentos de playa de medio pelo y casas de semirricos y medioenterados que gustan de la horterada y de la estridencia, solo por parecer diferentes. Lo más sorprendente es que el puerto parecía abandonado, muy ajeno a otros muelles griegos donde la gente acude al atardecer a dar paseos de ida y vuelta, innumerables, mientras voltean el kombolori y discuten de las cosas más diversas; del futbol y de la troika. Las dársenas y los paseos marítimos siempre suelen ser lugares aseados, con cafés, kioscos, mazorcas asadas, globos de colores y gran vocerío. En este, cuatro gatos vivían a sus anchas en los contenedores y escampaban la basura por el varadero dejándolo todo sucio y maloliente. Nosotros habíamos parado allí solo por una noche, como escala técnica, cuando subíamos a Lefkada; de esto hace ya un año. Cuando a la mañana siguiente me acerqué a comprar el pan a una pequeña tienda cercana al puerto, la señora tendera, muy amable y charlatana, como con pena y asumiendo el pecado de un sitio tan desastrado me dijo:
– ¿Ya os vais? ¿No subís al castro? No sabes lo que os perdéis. Es un lugar precioso, con el pueblo viejo, con las fuentes, con el Jónico entero que se ve tan azul que duelen los ojos. Y podréis vislumbrar Pilos y Zankynthos.- Y dale que te pego con la cháchara, pasaba el tiempo y no me dejaba irme; yo estaba encantada, tengo que reconocerlo; y ella se entusiasmaba cada vez más con los asombros que aguardaban en Kyparissia y no debíamos desaprovechar.-  Las mejores puestas de sol que se puedan imaginar.
¡Ay, lo dijo! ¡Hλιοβασίλεμα! Ahí me llegó al corazón. El griego, que tiene palabras tan gráficas como sus raíces, las que se hunden en la profundidad de los tiempos, cuando no se sabía cómo interpretar las cosas más comunes que se podían observar, me recordaba esta joya; To ηλιοβασίλεμα, el ocaso, el “reinado del sol”. Una palabra curiosa que elige la puesta del astro para coronarlo, no precisamente cuando culmina en el cielo, a la mayor altura y pasa por nuestro meridiano, que sería lo más lógico; es posible que intente hacer patente la aureola de rojos y morados que deja el sol cuando se hunde en el horizonte, o quizás a la hermosura de su despedida, digna de un rey. Pero en todo caso es una descripción, con solo un término, insuperable.
– Tan bonitas son las puestas de sol en Kyparissia– Ella seguía sin descanso- que hasta un gran poeta griego dejó escrito unos versos.- Frunció el ceño y elevo los ojos al cielo como queriendo iluminarse.- Ah sí, ya me acuerdo: ¡Kaváfis!
– ¿Kaváfis?
– Sí, él mismo, lo escribió cuando estuvo una temporada viviendo y admirando los atardeceres sobre el mar.
Ha pasado un año y no he dejado de buscar el dichoso poema del ilustre alejandrino. ¿Kaváfis en Kyparissia? O en Arcadia, como antiguamente se le llamó también. Busqué por títulos, en la web, me leí hasta el último libro que tenía a mi alcance. Nada de nada, no fui capaz de encontrar el poema de Kavafis dedicado a ese pueblo tan bello con esas puestas de sol tan espectaculares. Y con ese puerto tan feo. Así que como era de esperar volvimos a Kyparissia en busca de esas estrofas perdidas del poeta, era ya cuestión de honor.
La verdad es que cuando subes un poco la cuesta encuentras una ciudad alegre y en plena ebullición, con una plaza grande y terrazas bajo la sombra de imponentes árboles, con una zona de mercado y comercio donde la gente se saluda feliz y se sienta en las mesas de cafés improvisados a pontificar sobre el mundo; Grecia pura. Habían puesto una noria y a sus pies, infinidad de puestos de suvlakis que generaban una densa nube negra y aromática subiendo al compás de los carricoches de la atracción; entre los chillidos de la chiquillería en lo alto y el humo que los envolvía a todos te dejaban la sensación de ser almas purgando en el infierno. Todavía se hacía más grande el misterio del puerto vacío; en cuanto enfilabas la cuesta que baja hasta el mar… la nada.
Yo en todas partes preguntaba y todos se encogían de hombros ¿Kaváfis? Llegó un momento que abandoné la murga y decidí olvidarme del tema; el viaje genera infinidad de pistas para seguir, eso está bien, aunque a veces estas son falsas y hay que saber renunciar a tiempo. Pero nos paramos en una librería a punto de cerrar, donde el librero, muy contento, ponía música a todo volumen y exclamaba ¡Otra vez! cuando alguna canción era de su agrado. Así que le pregunté. Y el preguntó ¿Kaváfis? Y yo le dije lo del Hλιοβασίλεμα.
– ¡Ah no! Ese no es Kaváfis si no Palamás. Vivió un tiempo aquí en casa de su hermano.
Kostis Palamás es un poeta griego de principios del siglo pasado que le dio letra al himno olímpico y fue uno de los defensores de la implantación del griego demótico que se habla hoy en Grecia, frente al idioma katharevusa, mucho más ilustrado y arcaico.
El librero corrió a una estantería y bajó un libro. Comenzó a buscar con rapidez entre sus páginas y señaló con el dedo.
– Aquí esta.
No me quedó otra solución que comprar el libro; una obra de gran interés que versaba sobre la creación de los diversos barrios de Kyparissia a lo largo de los tiempos; ciento y pico hojas en griego y con pocas ilustraciones. Y como no me había fijado en la página que señalaba el librero he tenido que leerlo todo hasta llegar al poema de Palamás. Hoy ha llegado el día señalado y por fin lo encontré, escondido entre sus líneas soporíferas, que emoción. Pero no era una estrofa si no una frase:
… En Kyparissia me encontré viviendo unos pocos meses con el disfrute, cada ocaso, de las hermosas puestas de sol que me ofrecía y todavía me veo en un jardín, es decir, en un trozo de tierra baldía, donde he descubierto un granado en flor. Con el creé el poema “La flor del granado”.
¿Eso era todo? Me entraron ganas de estrangular a alguien.
Pero visto de otra forma, solo me quedan dos cosas que hacer: o buscar el poema de Palamás, o buscar en Kyparissia las fuentes que describía el libro en cada uno de los barrios, con sus inscripciones y con sus historias; menester para próximas visitas. Si sigo tirando del hilo seguro que llego hasta Kaváfis, si no es que he llegado ya, pues fue precisamente él quien convirtió en credo lo de que el viaje tiene que ser largo para que tus ojos se detengan en puertos que antes ignoraban y que si cuando llegas al destino, lo encuentras pobre… pues eso, que te compres cualquier libro que te abra la mente a nuevas aventuras.  O puede que nos sea más próximo lo de: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
En velero por Grecia , , ,
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