Y aquí llega la tercera entrega de la historia. ¿ Que busca el pescador a estas horas en el pueblo? Espero que os haga pasar un buen rato.
En el camino a la playa la carretera es muy estrecha, cuando se cruzan dos coches uno debe hacerse a un lado; si puede claro, si no tiene el precipicio cerca. Eso fue lo que nos pasó cuando vimos venir dos luces de frente; imposible apartarse, imposible apagar las nuestras; solo era posible aguantar el tipo. Oh…la camioneta del secretario del pueblo.
-¿Donde vais?
-Nos dejamos una cosa en la playa ¿Y tú?
-No podía dormir.
-Vale
-Kalinijta- dijimos todos sonriendo.
Los dos kilómetros de descenso fueron tensos; miles de seres nos observaban con los ojos como platos… Y levantaban el vuelo al pasar el coche. Es posible que ellas, las lechuzas, también hubieran salido a cazar, pero no podía haber imaginado una carretera tan llena. Debían suceder cosas muy interesantes a ras de suelo a esas horas, sobre el asfalto.
Noche de verano, de calma exagerada, en el que el agua no existía y las barcas flotaban en el éter suspendidas por sus cabos. En la cala había algún sospechoso coche aparcado. Dejamos el nuestro entre los matorrales y esperamos a oír el silencio nocturno, el uh,uh de los búhos o el cri-cri de los grillos; pero no fue así. Lo que sí escuchamos fue el petardeo del motor de alguna barca lejana; muchas luces rojas y verdes se movían en el horizonte invisible. Cargamos nuestra embarcación, sin palabras y nos hicimos a la mar.
Calar un palangre tiene su oficio; hay que dejar correr el sedal y permitir salir las pequeñas líneas por orden. El lastre según baja, hace que todo tome una velocidad preocupante, especialmente para las manos torpes de quien se pone en el camino de los anzuelos. Bueno, pues ya estaba hecho; solo cabía que esperar a que los peces constatasen que aquello que allí quedaba era delicioso. Nos retiramos a descansar unas horas; para volver al amanecer.
Volvimos a bajar con el cielo a punto de estallar. Eos, la de los dedos de rosa, se esmeraba en prepararnos un día de verano de los buenos, buenos.
En la playa el espectáculo grandioso del amanecer nos compensó los desvelos y nos permitió constatar algunos hechos curiosos.
Umm, aquí alguien ha pescado…
La bahía aparecía salpicada de palangres, trasmallos, barcas y buceadores.
Estaban todos, todos…menos Vangelis, el pescador oficial; apareció algo después.
-Buf. Cada vez hay menos peces.
-Vangelis ¡pero si echas la red al lado de la Playa!
-Pues para lo que hay, para que me voy a esforzar. Antes había mucho más, pero ahora, no hay forma. Además, en este pueblo nadie compra pescado.
Instantáneamente la cala se vació y allí se quedo Vangelis, dándole la plática a algún despistado y esperando que bajaran las primeras turistas de la mañana a tomar el sol.
Los demas nos fuimos a almorzar…
Pescado