Noto que el corazón me pica y hace tic-tac. Cuando eso ocurre quiere decir que me ha llegado una nueva historia para escribir, porque no se hacerlo de otra manera, si no hay víscera o entrañas mis manos se quedan quietas. Pero luego llega el cerebro y protesta y quiere su parte, el sustento que lo mantiene alerta, el deseo de algo diferente, aprender cosas nuevas cada día. Aprender para seguir vivo. Y entre uno y otro extraigo fragmentos descosidos que necesitarían un buen sastre para darles forma. Ahí está la aventura que a veces me cuesta tanto de hilvanar. Tic-tac. Finikunda.
A Finikunda hubiéramos ido de todos modos pues aunque en el puerto no se cabe, se puede fondear en la parte de fuera del muelle, siempre que haga buen tiempo. Es un puerto del Peloponeso agradable, de pocas calles paralelas al mar que da gusto pasear. En cada callejón, el azul omnipresente sorprende hasta el más despistado.
Pero el Tic-tac no fue el azul, que aunque sobresalta, es costumbre griega conocida, sino que la taquicardia empezó con el nombre del pueblo; Finikunda. Hasta 1930 el puerto se llamaba “Taberna”, evidentemente porque había un establecimiento de este tipo que congregaba a los pescadores y hombres de mar entre lances y mareas. Me dio un vuelco arrítmico porque uno de mis placeres es el descubrimiento de tabernas. No vale cualquiera y es difícil la elección. En Grecia la mayoría suelen ser sitios agradables, con buenas vistas o un ambiente especial, con una cocina modesta pero de buenos ingredientes, todas suelen ser buenas. Pero para exclamar lo de ¡He descubierto una taberna! hace falta un ¿Qué sé yo? Esa emoción que te recorre la piel, ese suspense de lo que nos depara la noche. ¿Exagero? Ni hablar. No se trata de comilonas sino de algo mucho más sutil. Hay una gran labor de investigación por mi parte para descubrir esos sitios singulares y cuando encuentro una buena taberna me quedo pegada, dejo que los acontecimientos me desvelen que fue lo que me llevó hasta ella y normalmente, acabo aprendiendo muchas cosas. El corazón y el cerebro, lo racional e irracional.
El caso es que en 1930, el ayuntamiento, decidió devolver el nombre arcaico del pueblo, porque era tal la proliferación de tabernas que la denominación “Taberna” era polémica y poco descriptiva. Así que resolvieron llamarle Finikunda, de Λιμήν φαινικούς, tierra de la púrpura, según Pausanias.
Hubo un tiempo, que aún perdura en ciertas curias, en el que un ciudadano de Roma demostraba su nobleza por el número de prendas purpúreas que vistiera. Aunque fuera un fleco, un estandarte, un pendón en la bandera, toda una vida de legiones e intrigas dedicadas a adquirir ese privilegio. El púrpura teñía los barcos de Cesar y las velas de Cleopatra, se utilizaba sobre los oídos enfermos, en los tapices de La Ciudad, en la pintura Bizantina, en los pergaminos de los emperadores, en su exclusivo calzado rojo. Tanto es así que hay una frase muy famosa de la emperatriz Teodosia negándose a abandonar Constantinopla por los conflictos con las diversas facciones políticas, en la que hace alusión al color distintivo de los emperadores:
“… el trono es un glorioso sepulcro y la púrpura el mejor sudario”
La historia se repite y da vueltas sobre sí misma. Somos capaces de sobrepreciar cosas, aparentemente sin mucho valor, y empeñar nuestra vida en poseerlas por encima del empeño de los demás. El oro, la plata, brillantes, la seda, el té, el petróleo…el color púrpura.
El colorante se extraía de una glándula de una caracola marina, Murex brandaris, que en su versión comestible, aquí en España, la conocemos como Cañailla. El líquido primordial es blanco pero adquiere color al exponerse al sol. En el calor del día, las tonalidades cambian rápidamente en una sucesión de verdes; claro, oscuro y un intenso mar, en unos minutos más aparece un brillante rojo que virará a granate. Si esperamos unas horas y suponiendo que el sol todavía brille, tomará un matiz purpura intenso. Más tarde el astro poderoso ya no puede hacer nada más, se esconde y queda el tinte para deleite de quien lo posea. Los maestros en el arte de la púrpura fueron los fenicios, que curiosamente se llaman en griego φοινικικός, finikikós.
Realmente sorprende a quien se le pudo ocurrir un proceso tan complicado para teñir. Se atribuye el descubrimiento, como tantas otras curiosidades, a Heracles. Un día su perro mordió una concha de murex y su boca se tornó morada. Heracles ansiaba a la hermosa ninfa Tiro, que al ver al perro deseó de inmediato una prenda teñida del mismo color. Heracles no tuvo más remedio que acceder a ello y nació el famoso tinte púrpura de Tiro.
Este puerto fue en su momento, como los fenicios de Tiro o Sidón, un acumulo de caparazones calcáreos, vacíos, inertes, conchas selectas, con protuberancias diseñadas para protegerse del enemigo que nunca la evolución pensó llegara a ser tan poderoso como un humano. Un molusco con mala suerte, con la maldición de tener en sus entrañas un líquido precioso que daba color a la vanidad. Se necesitaba un kilogramo de glándulas para proporcionar 60 gramos de tinte, y se necesitaban 200 gramos para teñir un kilogramo de lana. Y para obtener un kilogramo de glándulas, se necesitaban, en vivo, unos 50.000 ejemplares. Esta playa por la que paseamos tiene con seguridad granos de esas conchas. Así es como mi mente se picó y se puso a indagar.
Siempre que me enfrento a estos enigmas me pongo a buscar canciones que me aclaren las cosas, pero todo lo contrario; traducir canciones me hace sudar gotas de sangre, púrpura o no, me conduce por laberintos que no imaginaba y me dejan con interrogantes mayores de difícil solución. Cuando encontré esta que pongo a continuación estuve a punto de abandonarla, pero como soy cabezota seguí con ella y acabé pidiendo auxilio a mi profesora de griego, Isabel García, más lista que el hambre y tan cabezota como yo, que se emperró en desvelar el enigma. El placer sano de descifrar la poesía y dejarte con más preguntas que cuando empezaste.
Habla probablemente de Constantino Paleólogos, dinastía procedente de Mistrás. Fue el último emperador del imperio Romano y murió en la defensa de Constantinopla, momento triste y crucial de la historia de los griegos. Dado el estado en el que dejaron su cuerpo, solo pudo ser reconocido gracias las sandalias púrpura que llevaba en ese momento, calzado que sólo los emperadores bizantinos tenían derecho a usar.
Τα πορφυρά καμπάγια
Στίχοι: Θοδωρής Γκόνης
Μουσική: Πέτρος Ταμπούρης
Τα πορφυρά καμπάγια του
τα ρόδια του Μυστρά
τα πήραν και τα κρύψανε
στον κόρφο τους βαθιά.
Τα πορφυρά σαντάλια του
με τους χρυσούς αετούς
με το σταυρό δεμένα
και με τους ουρανούς.
Γι`αυτό κι όταν ραγίζουνε
το χώμα κοκκινίζουνε
και τα μικρά παιδιά
την Πόλη ζωγραφίζουνε
και την Αγιά Σοφιά.
Las sandalias púrpura
Letra: Teodoro Gonis
Musica: Petros Tambouris
Las sandalias púrpura suyas
Las granadas de Mistrás
Las cogieron y las escondieron
En lo más profundo de su seno.
Sus sandalias púrpuras
Con las águilas de oro
Ligadas a la cruz
y a los cielos.
Por ello cuando se quiebran
la tierra tiñen de rojo
y los niños pequeños
pintan la Ciudad (Estambul)
y Santa Sofía.
Ahora cuando mire una pintura bizantina siempre buscare al portador de las sandalias rojas o las ropas púrpuras. Ha valido la pena el esfuerzo. Mi razón se queda satisfecha. A estas alturas seguro que hay quien piensa que me he trastornado, pero ha sido solo la intriga de un nombre.
Tic-tac, tic-tac…. ¿Y la taberna?
Tranquilo, no me olvido; pero continuaré con ella en otro momento, pues si sigo hoy acabaré preguntándome por qué las granadas de Mistrás son tan importantes y cogieron las sandalias y por qué tiñen la tierra de rojo y los niños pintan… ¡Uf! Buenas noches.
Rtículo publicado en nuestro blog
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