Su… su… su… sube. Sinuoso, como las serpientes; curva va y curva viene. Con calma, como el sigá-sigá griego. Y allí abajo; pobrecito; se queda el barco en silencio. Y subes y subes; cada vez más lejos, cada vez más pequeño; se parte el alma solo de verlo.
¿Por qué duele tanto dejar un barco solitario y sin vigilancia? Es como abandonar a un cachorro; solo, no se puede defender. Siempre me recuerda a una canción que nada tiene que ver con esto.
Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti,
no esperaba jamás y no espera si no es por ti.
Nunca la oyes hablar, sólo habla contigo y nadie más,
nada puede sufrir, que no sepas solucionar…
El caso es que una buena Musaka lo vale y en la taberna de arriba la bordan. Así que: su.. su… su…nos vamos alejando de él, mientras se alargan las sombras, se callan las chicharras, se calma la brisa, se hace minúsculo. Fru..fru…fru.. los últimos bandazos de los arboles con el viento.
Había prometido a mis tripulantes la mejor musaka de Grecia; pero también explicado que como todo lo bueno, requería un esfuerzo; más para mi que para nadie; de dejar el barco abajo y subir 2 kilómetros cuesta arriba. Lo de subir lo solucionamos; vinieron a buscarnos. Lo de dejar el barco solo…
Muchas veces me pregunto porque me complico tanto la vida, porque no voy al puerto de al lado y nos recojen allí. Pero la respuesta está en la magia de estas cosas, la magia de Sikidi al atardecer, de sus barculas de colores, de los saludos de la gente que casi se sorprenden de que un barco venga a pasar la noche; de la sonrisa de Sofía cuando le pido biras pagomenas (cervezas heladas) antes de comenzar el ascenso hacia el pueblo y de que arriba en la plaza, todos ya saben, que un barco de españoles va a subir a cenar a la taberna.
– Es la capitanisa y sus amigos.
La musaka de Vula inmejorable. No sobró ni una miga. Su tsatsiki turbo nos dejó el aliento congelado. Y su beso agradecido por llevar gente a esta esquina del mundo, en plena crisis infernal, nunca lo olvidaré.
El beso te lo mereces tú por semejante cena.