He hecho este recorrido muchas veces; este mismo año dos. Pero no es posible evitar la primera vez, la comparación machacona de los recuerdos selectivos.
Así que navegar por estas aguas y volver a entrar en estos puertos tiene un poco de psicoanálisis, de catarsis, de empezar de nuevo, de enamorarse otra vez; ya no tanto de la hazaña y del descubrimiento, o del de abrir los ojos bien abiertos para no perdernos nada. Ahora podemos mirar con otros ojos, entrecerrados, con mirada sesgada; o sin ojos.
Lo que tantas veces he dicho y que más me alivia de Grecia, es que las cosas no cambian a la velocidad de la luz. Puedes volver tras 20 años y encontrarlas perfectamente reconocibles. Es un bálsamo para espíritus atribulados.
La isla de Trizonia, fue una de nuestras primeras etapas en el golfo de Corinto. Era lo más aislado que se podía esperar para una isla a solo 4 millas del continente. Como siempre en este país; había una barca. Una barca primordial que unía la isla con la tierra firme, donde hay coches y vida, donde no se encuentra todo paralizado, inmovilizado y congelado; sobre todo cuando los blancos montes vomitan su gélido aliento, como aquellas navidades de hace tanto tiempo. Y la barca iba y venía; venía e iba, con verduras, panes, maderas, ovejas, turistas, peces, popes, señoras de pañuelo negro, cestas de huevos, patatas… todo, todo lo que una isla pueda necesitar.
20 años han pasado pero nadie ha construido un puente, ni un túnel y la barca primordial sigue yendo y viniendo como el péndulo de Foucault, así que sentarse en una taberna y verla alejarse como un punto y retornar, como otro punto y adivinar que traerá en este viaje una estupenda forma de pasar el tiempo; como la de mirar el dichoso péndulo en cualquier museo de las ciencia.