Los griegos siempre fueron grandes navegantes, pero lo que nadie sospechaba es que tuvieran unos artilugios tan sofisticados para calcular la posición de los astros.
Hace 2100 años, una nave romana navegaba en las proximidades del temido cabo Maleas, al sur de Grecia, en el Peloponeso. Transportaba múltiples tesoros saqueados de diferentes islas; puede ser que algunos fueran de Rodas; los llevaban a Roma, para homenajear a Julio Cesar en un gran desfile nacional. Un temporal, un fallo del piloto…nunca lo sabremos, pero el barco, la tripulación y los tesoros fueron engullidos por el mar; y con ellos uno de los secretos más fascinantes de la arqueología y de la astronomía. Y así permaneció; secreto, durante más de 2000 años, en el profundo silencio del profundo mar.
En el año 1901, Elías Stadiatos buceaba en los alrededores de Antikythira, una pequeña isla griega, pescando esponjas. Elías descubrió el pecio romano, a unos 60 metros de profundidad, e inmediatamente se montó un revuelo de arqueólogos en busca de botín. De todos los restos rescatados hubo uno que llamó particularmente la atención y que afortunadamente no fue a parar a manos británicas, si no al Museo Arqueológico de Atenas. Era una rueda de engranaje, fuertemente corroída.
El sorprendente artilugio tenía inscripciones en griego Koiné (griego del periodo helenístico que se hablaba en diversas partes del mediterráneo), pero se descompuso al salir a la superficie y perder la humedad que le había protegido durante tanto tiempo. Otros 81 fragmentos han sido encontrados desde entonces.
El cómo se desentrañó el secreto del llamado “Mecanismo de Antikythira”, mediante tomografía computerizada y rayos X, sin sacarlo de su alojamiento en el museo Arqueológico Nacional, es todo un ejemplo de investigación bien hecha.